lunes, 17 de febrero de 2020

And then we danced, de Levan Akin


 
 
A mí, personalmente me ha cautivado And then we danced. De forma ordenada y limpia, la película va adentrándose en el conflicto. Comienza mostrando el entorno donde se desarrolla la historia; el país, Georgia, el barrio donde vive el protagonista, su familia, su trabajo y la compañía en la que baila, que representa el folklore del país, donde el bailarín se identifica con lo varonil y la bailarina con la virginidad y la pureza. El protagonista, Levan Gelbakhiani, tiene un físico que cautiva a la cámara, además de sus extraordinarias dotes de bailarín, es su expresión gestual, sus ojos, sus labios y sus manos, el único diálogo, a veces, que tiene la película para expresar los conflictos de un joven bailarín, que quiere triunfar en la danza, a pesar de todos los obstáculos con los que convive, en una familia de pocos recursos y en una sociedad donde la homosexualidad no está aceptada.

 
Luce la maestría del director, Levan Akin, en las escenas en las que el protagonista se enamora, las miradas, el coqueteo, la lucha por disimular, momentos llenos de sonrisas, ternura, felicidad, escenas en la que la pasión emociona.
Otro momento espectacular de la película es la danza final, la coreografía pasea por la ira del bailarín, por el enfado con la sociedad en la que vive y que está representada magníficamente por los dos directores de la compañía de baile, pasando por los momentos de dolor físico, y culmina con la exaltación de su homosexualidad donde convierte los pasos de baile en las alas que le harán volar a su verdadero ser, como persona y como bailarín.

Primera colaboración de Tony Grande